No recuerdo exactamente cuántas veces crucé la puerta de la Dirección General de la escuela en donde estudiaba mi hijo Daniel. Lo que sí tengo todavía muy presente es que me resistía a aceptar que mi hijo era diferente. Ni mejor ni peor. Simplemente distinto. Durante muchos años la culpa y las dudas me taladraron la cabeza. ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Por qué Daniel no puede socializar como el resto de sus compañeros? ¿Por qué, a pesar de no buscar compañía, causa tanto alboroto a su alrededor? Para la fortuna del niño, su papá notó también que algo no andaba bien y propuso pedir ayuda médica. Así lo hicimos y después de descartar alguna lesión neurológica, Daniel empezó su tratamiento: una sesión de terapia psicológica a la semana y un medicamento bien dosificado para que pudiera aumentar sus periodos de atención y aprendiera a manejar sus sentimientos de frustración. No puedo negar que Daniel tuvo suerte al ser atendido a tos seis años, pero en el mundo abundan miles de niños con problemas de atención y de conducta que sufren por el maltrato emocional al que las someten sus compañeros, sus maestros y a veces hasta su familia. La autoestima de un chico con déficit de atención (TDA) es nula, lo tratan diferente y él mismo se vive como alguien distinto. El TDA está catalogado en México como un problema de salud pública por lo que padres y maestros tenemos la obligación y el compromiso de contribuir con estos chicos para que su vida sea mejor. ¿Cuántos de nosotros tenemos en casa un hijo o hija con TDA y ni siquiera nos hemos dado cuenta? En este libro encontrarás testimonios de padres de niños con esta enfermedad causada por una falla en la química de su cerebro, pero también encontrarás consuelo, explicaciones médicas y alternativas para sobrellevar esa relación que puede causar mucho desconsuelo.
