Hará 2,000 años, un terremoto acompañado del oscurecimiento de la Luna llenó de terror a los habitantes de Cuicuilco, al sur de lo que hoy es el Distrito Federal. Tras el sismo, el gran sacerdote, iluminado por antorchas, subió hasta lo alto del templo e imploró clemencia a los dioses. Se celebraron los sacrificios propiciatorios pero fue inútil, la ciudad estaba condenada.áLos temblores habían comenzado años atrás, en el 100 a. C., espaciados al principio, se hicieron cada vez más frecuentes, pero como duraban pocos segundos y eran débiles, el pueblo terminó por acostumbrarse. Así hasta que llegó el desastre: el terremoto destruyó casas, agrietó la tierra y derribó árboles; solo el gran basamento redondo, el templo, quedó incólume.áAl día siguiente, cuando el pueblo reconstruía las viviendas de caña y barro, unos campesinos azorados anunciaron que salía fuego de la tierra en el cercano Xitle, un pequeño promontorio situado en las faldas del Ajusco. Sacerdotes y labriegos se encaminaron a observar el fenómeno, la columna de humo negro y espeso que surgía a lo lejos detuvo a mitad del camino a muchos de ellos, solo unos cuantos prosiguieron la marcha. De una grieta ovalada salían vapores y lava candente.