Extiende los brazos hacia ella, los dedos negros y sanguinolentos, los desquiciados ojos mirándola con fijeza, sin parpadeos. Janie está petrificada. Las frías manos los le rodean el cuello y aprietan con fuerza, con más fuerza, hasta dejarla sin aliento. Es incapaz de moverse, incapaz de pensar. Cuando la presión aumenta todavía más, el rostro del hombre se vuelve de un blanco alabastrino y enfermizo. Ejerce tanta fuerza que empieza a temblar. Janie se muere. Se queda sin aire. Es el fin.