Cuando Antonia recurre a la terapeuta de un pequeño pueblo, es porque tiene un firme y único propósito: olvidar... olvidar el amor que la ha herido.Sin darse cuenta, la brujaö -como le llaman a la terapeuta- empieza a depender cada vez más de las visitas de Antonia para poder evocar su propia historia y lidiar con aquello que había sepultado. Maletas, cuerdas, pañuelos, zanahorias, ríos y abrigos son algunos de los objetos de un ritual para dejar ir. ¿O convocar?áDos mujeres, dos edades confrontadas en el espejo en una novela breve, donde los silencios son elocuentes y donde el lector es invitado, como un actor más, al foro de los amores que vienen y van con su estela de cicatrices.