El trabajo es el valor supremo de todos los atributos de la especie humana, el trabajo es cristalización del talento y de la capacidad física del hombre, enaltece a quien lo realiza y envilece física y espiritualmente a quien lo desprecia. El trabajo contribuye a la evolución incesante del desarrollo del hombre en su grandeza individual y finca los recios cimientos que sostienen al edificio de la patria. La grandeza de los pueblos se forja con el trabajo de sus hombres y de sus mujeres. En el tiempo y en el espacio, el trabajo ha recibido los más disímbolos tratos, algunas veces elevándolo en actos sublimes como uno de los más grandes valores, pero otras, en cambio, para tratar de disminuir irracionalmente su alcance y su significado. En México, el Congreso Constituyente de 1857 sembró las primeras ideas del derecho social. Correspondió al Constituyente de 1917 revalorar al trabajo en busca de su verdadera dimensión. Su regulación la inscribió en el más alto nivel normativo, sin hacer distingo alguno. El espíritu visionario del Constituyente de Querétaro dio lugar a un artículo 123 para su tiempo y para muchos años más. ´La esencia del artículo estriba en la idea de libertad, ya no sólo libertad frente al Estado, sino libertad frente a la economía. Nuestro artículo, como Minerva, nació rompiendo la cabeza de un dios: la omnipotente economía, y abrió cauce a una nueva idea de estructura económica, donde se desea que termine la explotación del hombre por el hombre, que éste lleve una vida que le permita participar de los bienes culturales, y las nuevas generaciones tengan igual número de oportunidades, donde el esfuerzo propio le dé al hombre su lugar en la escala social.´