MARTIN MORALES, ANTONIO MORALES
Entonces atacaron todos a la vez. Remo, que había calculado la distancia, se tiró al suelo rodando con la lanza bien agarrada y con ella trabó las piernas de tres de los hombres, que cayeron ayudados por el barro resbaladizo. Se incorporó rápido y pudo clavar la lanza en uno de los caídos. Remo sintió el lamido cortante de una espada aguijonearle el hombro derecho. El dolor le hizo clavar una rodilla. Herido era un blanco fácil para el remate. Sintió cómo le retiraban la espada del brazo y calculó que ahora el atacante estaría buscando fuerza para la estocada final. Antes de esa estocada, Remo se revolvió y clavó a ´Silba? la espada de Fulón, todo lo más adentro que pudo en su adversario. Dos hombres quedaban en y muy pocas fuerzas. Remo extrajo una daga del cinto del hombre que acababa de herir de muerte y se la lanzó a la cabeza a otro. Acertó en el cuello. El tipo cayó desplomado y comenzó una agonía que seguro terminaría en muerte. Así que solo le quedaba uno.