Los tres ensayos que componen el presente volumen forman parte de una serie inconclusa, pero ya delineada. Como esta introducción ha de servir para toda la serie, adelantaré observaciones aun sobre las partes que todavía están en proyecto. El propósito de estos ensayos no es tanto desarrollar los asuntos que proponen, sino más bien intentar la definición de una doctrina que desde luego presento con el nombre de Monismo estético. Fui educado en la creencia de que ya no es posible construir nuevos sistemas de filosofía. La escuela inglesa, empirista, evolucionista y plagada de cabezas menores de ensayistas, nos condenaba a concebir el mundo como una sucesión de hechos que deben ser expresados en estilo narrativo y detallista. La relatividad del conocimiento científico, invadiendo las soberanas esferas de la filosofía, transformaba los principios lógicos, la moral y el gusto, y todo el pensamiento, ligado tan sólo por las leyes de la materia sensible, asumía el aspecto inerte, equilibrado y profuso de un polvo de nebulosa. Nuestro José Enrique Rodó, haciéndose eco de su tiempo, nos hablaba de perspectivas indefinidas y de renovaciones perpetuas, nada de principios fundamentales, ningún concepto esencial: empirismo científico, pluralismo inconsciente, pragmatismo, filosofía literaria: tales son las plagas espirituales en que nos hemos criado.