Cada sexenio, al Presidente de la República se le celebra o vitupera por los méritos o deméritos de su actuación política, de su programa económico, de su convicción nacionalista o binacionalista (a ésta también se le llama ´ neoliberalismo ´). En el caso de Ernesto Zedillo > Ponce de León, los motivos de elogio (cuando los hay) o de vituperio (por si se ofrece), se han intensificado en fechas últimas debido a sus dotes de improvisación, con frecuencia de intención humorística, que lo revelan como un fenómeno hasta ahora desconocido en la vida mexicana: el Presidente de la República como Cuate Vacilador, dispuesto a soltar un chiste o un gracejo desde la más alta tribuna, sin respeto por las antiguas formas, que muy probablemente desconoce. Si en esta actividad lúdica no está solo en modo alguno, sí es el más destacado de los innovadores del habla de los altos funcionarios. Nadie podrá negarle al presidente Zedillo > la inciativa verbal. Hace unos meses, lo detiene en la calle una vendedora indígena de vírgenes de Guadalupe de palma, que intenta convertirlo en su cliente. Sin detenerse, Zedillo > le contesta: ´ No traigo cash...´ La suerte está echada, y conste que no digo alea jacta est. Ya no hay misterio: detrás de la furia neoliberal y el lenguaje de la autoridad exasperada, está el Cuate Vacilador, el estudiante del Politécnico que incursionó en las universidades Ivy League (Yale en su caso), el chavo de Mexicali que desfiló en el 68 gritando: ´ ¡Sal al balcón hocicón! ´, el bromista que le concede tregua a su seriedad mortal para descargar no el peso de su ingenio (técnica que puede resultarle pérdida de tiempo) sino de sus ocurrencias (un acervo de agresiones incruentas). Zedillo > no cree en el sentido del humor, sino en las bromas, entidad distinta que renueva agradablemente el trato con el pasado. ¿ Y quién no ha depositado la perdurabilidad de su juventud en el recuerdo exacto de los apodos de todos sus compañeros?