San Agustín se me clavo en la mente, precisamente por entonces, cuando yo también empezaba a limpiar plumas y a ensuciar cuadernos. Y no, ciertamente, para los ejercicios de la escuela. Y mi imaginación empezó a trabajar sobre aquel santo que tanto había escrito, que llego a pasar el proverbio : veía yo, en el escenarios de mi obediente fantasía, a un hombre encerrado en una habitación, rodeado de un sinnúmero de libros, todos escritos por él, con montones de folios al lado y rollos de pergaminos, y un portaplumas erizado de puntos.