La política es, sin duda, el arte de servir y comprometerse. Un verdadero servidor público debe tener una vocación que no conozca de horarios para realizar, junto a los distintos sectores sociales, las tareas sustanciales para superar las dificultades y alcanzar las metas del desarrollo v progreso del país y, en nuestro caso, del Estado de Veracruz. Es claro también que un verdadero liderazgo no puede darse sin los pies bien plantados en la tierra y la mirada puesta en el horizonte, como en su tiempo lo hiciera don Rafael Hernández Ochoa, quien a lo largo de su fructífera vida hizo escuela respecto del quehacer del buen gobierno, mismo que ternó entre el rigor, la calidez y la franqueza, a lo que sumó su capacidad de anticiparse a los grandes cambios, procesos y necesidades que, con el tiempo, enfrentaría la entidad veracruzana. Don Rafael fue un hombre de instituciones que nos legó el ejemplo de la serenidad, la nobleza y el temperamento que hacen falta para poner por delante de las propias ambiciones, el bienestar de los grupos sociales y la disciplina que las mantuvo firmes. Como servidor público se distinguió porque siempre habló el lenguaje de sus paisanos: sin rodeos y de un modo directo. Con el corazón en la mano, pero con fuerza, supo transmitir sus órdenes y sugerencias, pero nunca de un modo autoritario. Porque ser un gobernador por naturaleza es ser lo que fue Hernández Ochoa: un líder de cepa, un apasionado de Veracruz, un gestor y un personaje que, más allá de su formación profesional, cursó completa, como lo enuncia este libro, la ´Universidad del Servicio Público´, y aun en las temporadas en que permaneció sin cargo alguno, sirvió a los veracruzanos para trazar caminos y concientizar sobre derechos y deberes, al tiempo que demostró que el camino de las leyes es la base de todo progreso en equidad.