El mejor viajero es el inmóvil. Su cuerpo puede ser roca contemplativa en una cueva lejana o en un apartamento citadino, o bien podría desplazarse por la geografía cual rolling stone, pues no está peleado con el movimiento, a condición de que durante el trayecto su mente se aquiete en la transparente otredad, la que se muestra mejor cuando el ojo observador calla, deja de hablar, de parpadear, de proponer categorías y de hacer juicios (esto vendrá después, quizá), pero en los momentos del desplazamiento el ojo pierde su párpado para que lo otro hable y todo lo demás calle.