Bernardo Ruiz Portuondo, el protagonista de Mandatos del corazón podría dar pie a varias novelas. Invariablemente serían de género picaresco, desopilantes y tragicómicas, capaces de agotar el decálogo del marido aventurero y heterodoxo, y el padre que no predica con el ejemplo de la cordura. Ha dilapidado fortunas varias y su carrera en el mundo de los negocios conoce una sola dirección: hacia abajo, de fracaso en fracaso. No obstante, sigue siendo un hombre entero, de encanto ileso. Prócer de la vida disipada, su prontuario de anécdotas es un oasis para amigos y compinches. Todo en él es público, o casi público, salvo una historia, el acontecimiento mayor de su derrotero. Tras esa notable exhibición de correrías, duerme con dolor aquella aventura, la única, que en verdad puso en riesgo su devenir y que está en el centro de todos sus caminos. Mandatos del corazón es la revelación de esa historia oculta: la de una pasión loca, la que puso en vilo el matrimonio de Bernardo y el orden palpitante de su vida, la que dejó a su familia en la ruina. También, fatalmente, es la historia del primer amor, que parecía asunto terminado, y cuando vuelve ajusta todo el pasado de una vez y deja al amante perplejo para siempre. Y es también un ejemplo del talento narrativo de Héctor Aguilar Camín quien atrae los talentos mas sutiles del habla de sus personajes, y que a través de un relato magnético y de humor altivo recuerda que las miserias y las grandezas de la vida se deben inexorablemente al rapto pasional que las consumó y las hizo caer.
