No siento ningún pudor de contarles la historia que me adolece, la que a muchos nos avergüenza calladamente. Hace bien desmembrar a los seres que fueron en nosotros irrevocables muertes cuyos nombres no sabremos jamás. Le hace bien a Veracruz y nos hace bien a todos observar desde la penetrante mirada de los historiadores hacia dónde vamos. ¿Hacia dónde vamos? Nuestra historia no es pasado ni contemplación. No es una obra de arte. Nunca somos un caso concreto. El historiador, heroico, que se aventura al pasado como sumergido en alguna catacumba sólo en el presente puede entregarnos lo que halló a lo lejos, yen ese lapso de tiempo todo silencio se hace voz. He quedado sorprendida al observar -a través del caleidoscopio de historiadores como Romana Falcón, Mario Antonio Santoyo, David Skerritt, Heather Fowler-Salamini, John W. F. Dulles, Jean Meyer y más-, que la historia está hecha de carne y rebeldías, y no de documentos que el tiempo pulveriza. He querido utilizar la palabra caleidoscopio porque permite ver a todas luces lo imposible que resulta formular un juicio válido, para bien o para mal, sobre cualquier hecho histórico.
