No sabía el presidente trashumante de México, Benito Juárez, ni su compañero de fuga y fino cronista Guillermo Prieto, los líos que habría de desencadenar aquel ataque de los traidores en un pueblo perdido de Durango, mientras huían de imperiales y franceses. No sabía el guerrillero y poeta Vicente Riva Palacio (además de fiero, importador del saxofón) la cacería que contra él había de desatarse por haber salido de Puebla una noche al mando de las caballerías. No sabía el general Escobedo que cruzaría países como si fueran charcos... Nadie sabía, pero todos hablaban del tesoro.