En La morada en el tiempo, Esther Seligson hila un espléndido entramado de arquetipos históricos, de génesis, de divinidad y atmósferas voluptuosas: ´Y vio el mensajero cuánto se gozaban ambos, la mujer y el discípulo, uno en el otro, embriagados, sobre el lino cárdeno que ella había extendido en el suelo. Esa misma madrugada, él tomó el vestido, lo llevó al templo y cubrió la efigie de la serpiente Nejustán, la que Moisés forjara en el desierto. Y oró y vio. Cuando la estrella de la mañana se levantó, el fuego lamía ya los pies de la montaña, y las estelas, entalladuras y altares se reducían a ceniza´. La morada en el tiempo es una valiente travesía entre el mundo eterno y el mundo efímero.