Naturalmente, la ética que podríamos pedir para el empresario no es la de máximos, que busca la felicidad de todos sus clientes a través de los productos que fabrica, más bien es la de mínimos, la que le permite identificar a la empresa su utilidad social, su dimensión de justicia y su prudente asunción de riesgos de tal manera que sepa distribuirlos equilibradamente. Al establecer una ética de mínimos, el empresario está manejando dos magnitudes muy diferentes. Por una parte, el capital económico y de inversión, sus instrumentos y sus recursos, y por otra parte, los recursos humanos. A pesar de que ambos son imprescindibles para el buen funcionamiento de la empresa, no puede haber parangón ético entre la relación con el capital y la relación con los recursos humanos, pues sencillamente establecer unos mínimos socialmente aceptables en la relación con los recursos humanos es completamente necesario para lograr una ética empresarial. Si alguna institución social refleja adecuadamente los conflictos, valores, culturas y problemas de una sociedad en un determinado tiempo histórico, esa es la empresa. En su concreción convergen todas las tensiones de la producción social. Es de un enorme interés, por ello, preguntar por su nivel de eticidad, por la realidad de la ética empresarial como hace en este libro de Conversaciones el profesor Fernando Savater en un diálogo muy directo con un público lleno de inquietudes.