Con la arrolladora fuerza de sus palabras, Okri nos lleva a un universo fantástico, metafórico, político, explosivo, poblado de personajes a la vez reconocibles y extraños, y con su dominio del relato nos deja suspendidos en una lógica donde lo físico se funde con lo espiritual y la vigilia penetra en el territorio de los sueños. Sin moverse de la cama, Azaro contempla lo que es, lo que ha sido y lo que ha de ser. Su padre está en la cárcel por un crimen que no ha cometido, su madre parte en su busca a recorrer caminos polvorientos, y en su marcha se le unen cada vez más mujeres hambrientas de justicia, que pueblan carreteras, asaltan comisarías y amenazan con presentarse ante al gobernador, que, a punto de abandonar el país a su suerte, quema papeles comprometedores sobre la crueldad y la corrupción de su gobierno. Sin salir de casa, oye los sonidos de la selva, los rumores de los árboles que desaparecen y abren claros en la espesura, el chasquido de la riqueza, el grito del poder...