Imagine un mar de dunas de arena del tamaño de un país europeo, un mundo en movimiento, exquisitas líneas de crestas perfectamente esculpidas por los vientos y que se extienden hasta un horizonte en capas. O un remoto macizo montañoso en rocas negras o arenisca, tallado por los elementos y marcado en rojo ocre con el paso de antiguos artistas del rock. O una cacerola de sal que brilla en el horizonte aparentemente interminable. Bienvenido a los desiertos del mundo, un reino de belleza asombrosa y dramática, tanto los lugares del alma y la imaginación como el terreno físico real.