Entre otras peculiaridades asombrosas del escritor Gustav Meyrink, es digna de mencionarse la de que él mismo podría haber sido un personaje de ficción sacado de una de sus novelas, de esas páginas inmersas en atmósferas misteriosas o sórdidas que narran con predilección historias impregnadas de elementos esotéricos y gnósticos. A esta impresión contribuye asimismo su rostro penetrante, afilado y ascético, con unos ojos grandes y reservados, la cabeza completamente calva, las orejas algo puntiagudas: rasgos más propios de un faquir o de un extraterrestre que de un convencional europeo. Su capacidad visionaria le permitió acceder a las profundas fuentes del inconsciente colectivo, de ahí que el psicólogo C. G. Jung le situara en la misma corriente inspiradora de Dante, Nietzsche o Wagner. La enormidad de sus experiencias, plasmada en unas obras que parecen emerger de profundidades fuera del tiempo, y que gravitan entre lo demoníaco, lo grotesco y lo sublime, ofrece enigmas que siempre han fascinado a la mente humana. Meyrink no sólo fue un conocedor y crítico excepcional de las corrientes esotéricas tan en boga en su época, sino que su misma vida fue azarosa y estuvo marcada por caprichos del destino, y esto ya desde el mismo momento de su nacimiento. Vio la luz del día el 19 de enero de 1868, en Viena, en el Hotel ?Blauer Bock?, como hijo ilegítimo de la famosa actriz María Wilhelmine Adelaide Meyer y del barón, treinta años mayor que ella, Friedrich Karl Gottlieb Freiherr Varnb?ler von und zu Hemmingen, perteneciente, como se puede deducir con facilidad, a la alta aristocracia alemana. Se le bautizó por el rito protestante con el nombre de Gustav Meyer.