Son muchos los temas sobre los que apunta y provoca la reflexión la película de Terry Gilliam: el terrorismo, la burocracia, la inflación tecnológica, la violencia mediática, el consumo, aunque también los sueños, la irrealidad, el amor. Pero quizás porque toca todos ellos, Brazil es sobre todo una personalísima visualización del totalitarismo, entendiendo por tal, más allá de un sistema específico de gobierno, un conjunto de disposiciones sociales y una forma de la estructura social en la que aquél encuentra su fundamento. Por eso mismo, nos encontramos ante una película inclasificable que explora las reacciones humanas que ella misma produce. Una lección sobre los límites del individuo solo, expuesto y más contingente que nunca, que desasosiega y perturba.