Cierto momento de la historia de México pareció reconciliar pasado, presente y futuro: la Revolución mexica (1910-1949), en realidad, expresaba la tensión de un país desgarrado entre su cultura tradiciol (indíge, católica, española) y u apremiante vocación de modernidad. A diferencia de otras revoluciones, la mexica se organizó en torno a los carismáticos persojes que la guiaron: el espiritista Madero, prefiguración mexica de Gandhi, el legendario Zapata, arquista tural en busca de un paraíso mítico, el terrible Pancho Villa, sediento de sangre y justicia, el patriarca Carranza, que encauzó la lucha por vías constitucioles, el invicto general Obregón, emorado de la muerte, el severo general Calles, reformista implacable, enemigo de la iglesia Católica, y el humanitario presidente Lázaro Cárdes, militar con sayal de franciscano. A todos los impulsaba u similar vocación mesiánica, el deseo de liberar, educar, proteger, redimir al pueblo. Esta actitud, tan tentadora como peligrosa, no ha muerto. En México, la Revolución conserva todavía un prestigio mítico, un aura religiosa. El pasado no ha pasado, entenderlo es la única manera de superarlo.