Muchos no lo creen, pero el cacao habla con un idioma propio: una lengua secreta que invita a quien la escucha al delirio creativo y a la exuberancia. Su voz se alcanza a percibir en los rituales y en los sueños, esos espacios privilegiados en los que nuestra habla cotidiana pierde su importancia. Pero sus palabras también resuenan en algunos rincones de los vergeles del placer. Desde ahí han seducido a cocineros, poetas, artistas plásticos y otros apasionados, y los han hecho víctimas de una suerte de hechizo chocolatero por el cual no dejan de celebrar sus glorias.