Es en la mesa, a la que nos acercamos cotidianamente, plena de cereales, verduras, condimentos y frutas, alimentos nombramos con nuestras palabras, diario producto de una naturaleza diferente, que fructifican -bajo un cielo con una claridad quizá demasiado bella- todos los frutos ´de esta tierra, para que comamos y bebamos otros alimentos y de otra manera. Es en esta mesa llena en donde se manifiesta la más prodigiosa concreción del genio americano. Más allá del mantel, la loza y los tenedores, la nuez moscada, el clavo, la canela y la mesa misma, lo que comemos nos hace sentir una tradición antigua y milenaria que reconocemos como herencia propia. En ella recuperamos el esfuerzo de los pueblos fundadores, el sentimiento apasionado con que olmecas, mayas, toltecas o zapotecas comprendieron la emoción que vibra en la naturaleza, sin la cual no habrían podido nacer los animales y plantas tal como hoy nos alimentan. Sin ese pensamiento abarcador de la naturaleza entendida a plenitud no existirían el camote y la guanábana, el fríjol y la biznaga, el aguacate, la papaya y tantos otros, pero sobre todo no sabríamos de los milagros del maíz, el nopal, el chile y el tomate. Ni del chocolate, extraordinario alimento en todos sentidos. Es a estas cinco últimas plantas mencionadas, elementos indisociables de la comida mexicana, que está dedicada la segunda serie de la colección La cocina mexicana a través de los siglos.