Alex Lora, Esclavo del Roncanrol no es ni ficción, ni cuento: es un homenaje a la realidad de muchos de jóvenes, de adultos, de niños, de hombres y de mujeres que aman la verdad y viven a través de ella, que la cantan, la bailan, la gritan, la sufren, pero jamás la esquivan. La irreverencia de Alex Lora no podría ser retratada más que por una película irreverente. Irreverente en la forma en que fue concebida, armada. Nada fue planeado, así ocurrió. La historia se compone de momentos intensos, de espacios irrepetibles, de gritos, de risas, momentos vividos durante dos años, los que duró la producción del film. Momentos que captó el lente, que quedaron en la cinta para llegar hasta la pantalla. Igual que su música, arte urbano del México caótico, son imágenes de alto contraste que se persiguen y se sobreponen una con la otra, con un inmenso graffiti en movimientos: colorido, folklórico, lúdico, auténtico. Un graffiti: rayón en propiedad privada , dibujos o escritos en paredes, lenguaje popular hecho a mano, irreverencia gráfica, visual y, en este caso auditiva.